“Por eso no pretendo describir un paradigma del poder. Me gustaría señalar la forma en que
distintos mecanismos de poder funcionan en la sociedad, entre nosotros, dentro y fuera de
nosotros. Quisiera saber de qué manera nuestros cuerpos, nuestras conductas cotidianas, nuestros
comportamientos sexuales, nuestro deseo, nuestros discursos científicos y teóricos se vinculan a
numerosos sistemas de poder, que a su vez están ligados entre sí”.
Michel Foucault,
Un dialogo sobre el poder...
La idea del presente
documento es realizar un doble objetivo: en primer lugar, presentar una
síntesis ordenada de las principales ideas expuestas en el libro; en segundo
lugar, realizar algunos comentarios o reflexiones sobre posibles proyecciones
del arsenal analítico expuesto, complementándolo con enfoques propuestos por
otros autores o autoras, o dicho de otro modo, destacar herramientas analíticas
útiles para la profundización en otras problemáticas de investigación.
En tal sentido, lo que
se busca no es sólo realizar un “resumen” del texto, sino también ir trazando
líneas de trabajo e investigación a partir de las herramientas que éste
material ofrece, considerando al texto como una realidad dinámica y no
estacionaria.
Introducción
En el marco de las
investigaciones iniciadas por Foucault hace ya cerca de cuarenta años, en torno
a las diferentes formas que toman las relaciones de poder, y que de diversas
formas configuran las relaciones y conductas de las personas, es que la
categoría Biopolítica y las líneas de
investigación que a partir de ella otros investigadores han abierto parecen
pertinentes para “entender las múltiples formas en que el poder hoy se
despliega en los sujetos, particularmente en el contexto de extensión del
neoliberalismo (…)” (Salinas, 2014, pág. 13) o, en otras
palabras: “para pensar el problema de las relaciones de poder en esta nueva
configuración política.” (Salinas, 2014, pág. 13) Sin embargo, debe
advertirse que este concepto no se presenta como un enfoque explicativo del
orden actual con pretensiones de totalidad, sino más bien como una posibilidad
de análisis entre otras, que precisa ser complementada.
Salinas nos advierte
además, sobre el riesgo que autores como Paolo Virno y Edgardo
Castro han llamado “fetichización” y que Roberto Esposito ha
llamado “caja negra”; esto es, que la categorías biopolítica y sus líneas proyectivas puedan referirse a tantas
cosas de modo simultáneo, que la problemática que enfrenta resulte de escasa
claridad (si todo es biopolítica,
nada es biopolítica).
En síntesis, lo que
espera realizar el autor es una “introducción para quienes tengan interés en el
tema, como una puesta en escena general para quienes necesiten trabajar teóricamente
estos discursos, y como herramienta pedagógica. Pero también se trata de un
libro que quiere invitar a entablar una discusión que un investigador
experimentado y conocedor de estos temas pueda valorar como un par y como un
interlocutor.” (Salinas, 2014, pág. 14)
Cabe señalar que en
este libro, Adán Salinas trabaja fundamentalmente lo que él denomina como un
“primer período de recepción” de la obra de Foucault, atendiendo la línea de
los studies in governmentality (estudios
en gubernamentalidad) realizados en el ámbito anglosajón, y a la línea
denominada “recepción biopolítica”, desarrollada principalmente por autores
italianos; el filósofo chileno pone el énfasis, sin embargo, en esta última. Si
bien Salinas no se propone trabajarla en este escrito, a lo largo de todo el
material y – de manera más precisa – en el último capítulo, expone algunos
pormenores de lo que vendría a ser una segunda recepción de la analítica
foucaulteana.
Sin entrar en mayores
detalles es necesario destacar que ambas vertientes que dan forma al “primer
período de recepción” comparten un denominador común: el escaso acceso que
tuvieron – dada la posterioridad con que fueron publicados cursos como “Seguridad,
Territorio, Población” y “El
Nacimiento de la Biopolítica”, cuya primera edición en francés es del año
2004 en ambos casos – al desarrollo del problema biopolítico efectuado por
Foucault .
Ante esta “orfandad analítica”, ambas líneas tomaron caminos diversos: los
estudios en gubernamentalidad se aferrarán a este concepto y no ampliarán
mayormente lo que Foucault había planteado sobre ello; la recepción
biopolítica, por el contrario – representada en este libro por Agamben, Hardt y Negri,
y Esposito -, ante espacios difusos dejados por Foucault, propondrán paradigmas
u enfoques originales, que permitirían actualizar la propuesta foucaulteana.
“El destino de esta recepción biopolítica, ha sido precisamente éste:
constituirse en proyectos independientes que se apoyan en algunos puntos en
Foucault, pero que tienen también otras fuentes teóricas muy diversas entre sí,
direcciones y rendimientos políticos muy diferentes a las direcciones y
rendimientos políticos del trabajo de Foucault.” (Salinas, 2014, pág. 17)
En esta primera
recepción, entonces, asistimos al despliegue de dos vías de análisis que corren
por caminos paralelos; como ya hemos dicho, una línea de investigación hace
énfasis en la noción de gubernamentalidad,
mientras la otra enfatiza el concepto de biopolítica.
Ahora bien, El Nacimiento de la
Biopolítica mostraría como Foucault, al momento de elaborar un marco de
análisis para el estudio del presente articula ambas nociones; de tal modo
parece justo (en palabras de Salinas): “asumir lo que se ha propuesto en este
curso y articular los análisis sobre la biopolítica, la Razón Gubernamental y
el neoliberalismo que se han vertido como caminos separados en estas
recepciones que aquí propongo al estudio. Veo, también, que hay síntomas ya de
esta articulación, que bien podrían ser las señales de una segunda recepción de
estos análisis, en este caso, realizada de cara a la publicación íntegra de la
investigación foucaulteana sobre el tema.” (Salinas, 2014, págs. 17-18) Destacan en esta
línea nombres como Colin Gordon, Laval y Dardot, Rose
y Lazzarato.
1.
Biopolítica: Una nueva tecnología de gobierno.
Entre los años 1973 y
1974 Foucault realizó dos ciclos de conferencias en la Facultad de Medicina de
la Universidad de Río de Janeiro (el autor refiere especialmente a El Nacimiento de la Medicina Social y La Crisis de La Medicina o La Crisis de la Antimedicina).
Salinas propone considerar las reflexiones desplegadas en tal instancia como el
período de formación del problema del biopoder; de forma particular podemos
señalar que en la última de ellas Foucault utiliza por primera vez el término biopolítica.
En estas conferencias
Foucault postula que la medicina, en el capitalismo, adquiere un carácter
social, y propone tres modalidades de medicina
social: la “Medicina de Estado” desarrollada en Alemania, la “Medicina
Urbana” elaborada en Francia, y la “Medicina de la Fuerza de Trabajo”
desarrollada en Inglaterra. Para ir entrando en la definición del concepto en
ciernes, resulta útil la descripción de la segunda modalidad de Medicina Social
que plantea el chileno: “(…) se trata de una forma de medicina social que
avanza en cuanto a la cientificidad y en cuanto a la idea de salubridad como
factor ambiental. En tal sentido, será menos una medicina que trate
directamente sobre los cuerpos, como una medicina que intervenga en las
condiciones ambientales, y a través de ellas, logre los efectos que desea
efectuar sobre los cuerpos.” (Salinas, 2014, pág. 23) Si bien lo que
Foucault realiza en estas conferencias no es, para Salinas, la definición del
problema biopolítico, si podríamos evidenciar en estos trabajos la enunciación
de una racionalidad política propia del capitalismo, en la medida que el cuerpo
se convierte en objeto de la política.
Ahora bien, el fenómeno
de la “medicalización indefinida” marca otro punto de inflexión que permite ir
deslindando aquellas características propias del problema biopolítico. Este
proceso rompe con los límites de la medicalización pasando desde el problema
del control de la enfermedad a la
problemática de la producción de la
salud. Se puede entender como una “transformación del problema de la salud,
donde el foco no son las prácticas médicas directas o tradicionales bajo la
relación médico-paciente; sino las condiciones generales de salud, donde
intervienen, especialmente, las condiciones urbanísticas, o condiciones
generales de vida de los sujetos.” (Salinas, 2014, pág. 28) Se asiste entonces a
un cambio de centro en la medicina social, volcándose a objetos ambientales
como la planificación urbana, la transformación de la institución-hospital
centrada en los sujetos particulares en un aparato de medicina colectiva, y la
emergencia de una matriz de análisis de los problemas de salud que pone el
acento en sistemas estadísticos y de control de la información.
Continuando con el
curso del análisis propuesto por Salinas, es posible encontrar un segundo
período en el discurso foucaulteano, donde se iría decantando y formalizando de
modo relativo el problema biopolítico.
Respecto al problema de
la medicalización, se hace referencia a los procesos de natalidad, mortalidad y
longevidad – en coherencia con lo planteado en el primer período que ya hemos
descrito – como un primer conjunto de problemas que caracterizarían a la
biopolítica como una problemática moderna. A
la vez, se plantea un desarrollo dinámico de tal problemática, en la medida que
se pasa – entre los siglos XVIII y XIX – de un segundo conjunto de problemas
(longevidad, accidentes, invalidez), a una tercera serie caracterizada por el
problema de la relación entre la especia humana y su medio (geográfico,
climático, hidrográfico, urbano etc.) de existencia. De tal modo se asiste a la
configuración de un modelo de control y regulación de la vida, relacionado con
“la creación de instituciones, procedimientos, saberes, marcos jurídicos que
pretenden la optimización, el cumplimiento de ciertos objetivos respecto de la
población como objeto de intervención.” (Salinas, 2014, pág. 34) Ya no se trata tanto de sanar enfermos sino
de gestionar y producir sociedades sanas. De esta manera el problema de la
medicalización disminuye en intensidad en la medida que se orienta al problema
de una racionalidad de gestión, que instala una política sobre los aspectos
biológicos de la población.
Este último concepto –
la noción de población – resulta
clave a lo hora de ir delimitando los alcances de la categoría biopolítica; la población, como objeto de la problemática del biopoder, emerge como un “tercer cuerpo” diferenciado respecto al
“cuerpo social” y al cuerpo individual. El cuerpo social, como concepto acuñado
desde la tradición funcionalista-organicista, se caracteriza por la unidad y
cohesión social; por otro lado encontramos al individuo/cuerpo. La idea de
población empleada por Foucault refiere a la idea de un tercer cuerpo
caracterizado por una multiplicidad que “constituye justamente el inverso de la
metáfora organicista clásica o funcionalista; pues la población en tanto que
cuerpo múltiple expresa la diversidad de intereses sociales y conflictos que
constituyen la sociedad como conjunto.” (Salinas, 2014, pág. 37)
Mediante tal
diferenciación conceptual es que podemos distinguir dos técnicas específicas
del biopoder. Por un lado encontramos la anatomopolítica,
que “designa la intervención del poder político sobre el cuerpo individual,
y la transformación del cuerpo individual en asunto político.” (Salinas, 2014, pág. 38) Por otro,
encontramos a la biopolítica, que
designa al ejercicio del poder no sobre el cuerpo/individuo, sino sobre el
hombre/especie, o dicho de otro modo, una gestión sobre los aspectos biológicos
de la población.
Así, se asiste a una
diferenciación paulatina de dos formas del poder, “que Foucault grafica como
una evolución desde el poder soberano al biopoder, o desde la disciplina del
cuerpo al control y regulación sobre la vida.” (Salinas, 2014, pág. 39) Se evidenciaría un
despliegue histórico que va desde el poder soberano, caracterizado por el
ejercicio de la disciplina sobre el cuerpo/individuo (anatomopolítica)
hacia el biopoder, caracterizado por el control y regulación de la vida
teniendo como objeto a la población como “cuerpo múltiple” (biopolítica).
Sin embargo, a pesar de que se evidenciaría una diferenciación de las
estrategias de poder, no debe asumirse un desplazamiento tajante entre tales
modalidades del poder pues se presenta a la vez una dinámica de superposición, en la que ambas
modalidades convergen; aunque el eje de la racionalidad política se desplace
hacia el biopoder, esto no implica que se erradiquen de manera definitiva de
las prácticas de gobierno los mecanismos disciplinarios.
Haciendo un paralelo un tanto forzado, aunque útil, podemos hacer referencia a
la diferencia entre los términos modo de
producción y formación social
característicos de la jerga marxista, como una diferencia útil para entender la
dinámica de la superposición: recogiendo los aportes de Marta Harnecker, el
primer término se constituye como un “concepto histórico abstracto que nos
permite pensar, es decir, conocer en forma científica una totalidad social
orgánica (…)” (Harnecker, 2007, pág. 154) considerando su
estructura económica, su estructura jurídico-política y su estructura
ideológica; por el contrario, el segundo término refiere a una realidad social
históricamente determinada, “a una realidad concreta, compleja, impura, como
toda realidad, a diferencia del concepto de MODO DE PRODUCCIÓN que se refiere a
un objeto abstracto, puro, ‘ideal’.” (Harnecker, 2007, pág. 172) En este sentido es
que en una formación social concreta, es posible evidenciar la existencia de
diversos modos de producción, aunque analíticamente se trate de elementos
radicalmente diferenciados.
En el curso de los
trabajos de Foucault, Adán Salinas propone identificar un tercer período,
cruzado por la problemática del neoliberalismo y la comprensión de aquello que
el filósofo francés llamará una Razón
Gubernamental en el ejercicio del poder.
En tal sentido podrían
plantearse dos giros que seguirían delimitando el concepto que se viene
rastreando.
El primero refiere a un desplazamiento desde el territorio como objeto
principal de la política (geopolítica),
hacia la población como objeto primordial de la política (biopolítica). Para el
poder soberano el ejercicio del poder se despliega en un territorio, mientras
que para el biopoder el ejercicio del poder se efectúa respecto a una
población. “La biopolítica desplaza en cierta medida a la geopolítica; en la
medida en que el modelo del biopoder se superpone a la soberanía. En este
sentido, no hay que entender que esta nueva estructura del biopoder reemplace a
la soberanía; del mismo modo, como no hay que entender que las tecnologías de
seguridad y control remplacen a las tecnologías disciplinarias, o que el
territorio desaparezca en términos de interés político.” (Salinas, 2014, pág. 50)
De modo complementario,
el segundo giro apuntado refiere al rol que le cabe al Estado en todo este
proceso. Particularmente, se plantea la emergencia de nuevas prácticas de
gobierno que difuminan los mecanismos del poder más allá del Estado, y que irán
configurando una particular racionalidad que empezará a ser conceptualizada
como Gubernamentalidad.
Un esfuerzo que
permitiría superar las lagunas que podrán evidenciarse en la primera recepción
del trabajo foucaulteano, tiene relación con comprender la gubernamentalidad
como una línea de fuerza que –
alcanzando a todo Occidente –instala paulatinamente una nueva forma de ejercer
el poder, desplazando poco a poco al poder soberano (aunque conviviendo también
con él), e insertando una serie de procedimientos, tácticas e instituciones que
permiten ejercer el poder teniendo como blanco principal en su ejercicio, a la
población. En tal sentido, el ejercicio del poder va sufriendo una
desestatalización, instalando la necesidad de una desjuridización analítica
para llevar a cabo su estudio. “No hay un sujeto único que gobierna, ni en
términos naturales, ni en términos jurídicos, es decir, no gobierna una sola
persona, ni tampoco un solo conjunto de personas; sino que la gubernamentalidad
se da en las relaciones entre instituciones, sus procedimientos, sus saberes.
La gubernamentalidad da cuenta de una multiplicidad, instala la idea de
multiplicidad como forma de gobierno. Tal como la idea de población instalaba
la multiplicidad al interior de la metáfora del cuerpo social.” (Salinas, 2014, pág. 53) De forma
complementaria podemos precisar que la gubernamentalidad articula cuatro
elementos constitutivos: la población
como objeto, la economía política
como saber, los dispositivos de seguridad
como tecnologías y al liberalismo
como régimen de saber.
Es así que se hace
preciso extender la lógica de la superposición a un contexto más amplio,
ejercitando la comprensión acerca del biopoder en una dinámica histórica, que
va tomando forma en la articulación de una multiplicidad de dispositivos y
modalidades de ejercicio del poder. A partir del siglo XVI, y desplazando poco
a poco al poder soberano, emergen las
sociedades disciplinarias y el Estado administrativo que emplea - como
principal mecanismo de poder - la anatomopolítica, configurando una
racionalidad de gobierno que se denominará Razón
de Estado. Luego, hacia fines del siglo XVIII, y especialmente en el XIX,
se dan una serie de transformaciones políticas que permiten identificar el
desplazamiento del territorio a la población, de la anatomopolítica a la biopolítica,
comenzando a articular la Razón de Estado
con la Razón Gubernamental, posibilitando
el tránsito desde un Estado
Administrativo a un Estado
Gubernamentalizado y regulativo.
La categoría gubernamentalidad entonces, presenta dos
acepciones complementarias: “(…) es el proceso histórico o línea de desarrollo
o de fuerza que ha permitido la constitución de un particular estado de cosas.
Pero también es el resultado de tal proceso, es decir, ese particular estado de
cosas resultante.” (Salinas, 2014, pág. 55) Así, nos sitúa ante
el desenvolvimiento de una particular forma de ejercicio del poder, que se irá
articulando como veremos, con el liberalismo como régimen de verdad
que le otorga legitimidad.
De cualquier modo, debe quedar claro: el fenómeno de la gubernamentalidad es un
proceso político complejo que, como categoría de análisis opera en un nivel de
abstracción mayor que el de sistemas políticos o formas estatales concretas.
En el análisis del
liberalismo que realiza Foucault encontraremos otra distinción conceptual que
ayudará a deslindar el concepto de gubernamentalidad, como categoría global en
la cual debe inscribirse la de biopolítica; tal distinción es la establecida
entre Razón de Estado y Razón de Gobierno, como modalidades
posibles y desarrollo histórico de la gubernamentalidad, lo que refuerza el
principio de desplazamiento y superposición que ya hemos mencionado.
Respecto al primer
concepto, es importante entenderlo como un doble principio del ejercicio del
poder: una limitación externa que responde a la política territorial de
fronteras, que autolimita el ejercicio del poder; y un principio interno de
policía ilimitada, que abarca tanto mecanismos disciplinarios ejercidos sobre el
cuerpo/individuo (anatomopolítica) como el gobierno de las poblaciones
(biopolítica), que busca copar la totalidad de espacios posibles de gobierno.
El segundo concepto –
la Razón Gubernamental – refiere a una racionalidad de gobierno radicalmente
diferente a la de la Razón de Estado. Teniendo como eje de saber a los
principios de la economía política del liberalismo clásico, se asume que
siempre se gobierna demasiado, lo que dibuja un principio de autolimitación que
ya no es externo, sino interno al mismo arte de gobernar, que busca eliminar el
exceso de gobierno; tal principio de
autorregulación puede resumirse en la fórmula de seguridad que, mediante la “economía política como herramienta
principal, asume un criterio básico de articulación del gobierno y esto es la
eficacia, o el rendimiento, es decir, la capacidad de generar los efectos que
el propio arte de gobernar se fija como objetivos; sin fines externos, ni
metafísicos ni de derecho.” (Salinas, 2014, pág. 61) En este caso,
volvemos a ejemplificar la transición, o desplazamiento por superposición, de
una lógica disciplinaria a una lógica de la seguridad, caracterizada por un
cambio de eje en el ejercicio del biopoder: desde la preeminencia de la anatomopolítica
centrada en el individuo, hacia la biopolítica centrada en la población. Así,
el principio de seguridad, el objeto población y el eje de saber de la economía
política, dan forma a lo que hemos llamado Razón Gubernamental, dentro del desarrollo y evolución de la actual
gubernamentalidad.
Al considerar al
liberalismo como régimen de saber nos encontramos con una problemática pues, a
la vez que en el marco de la Razón Gubernamental se han desarrollado las
prácticas de regulación de la población, se enarbola la defensa de los derechos
y libertades individuales, lo que inaugura una contradicción. Esto se expresa
en que el liberalismo necesita libertad, por tanto debe producirla, pero al
mismo tiempo precisa administrarla, lo que de suyo constituye una paradoja,
cuya solución se logra realizar a través del ejercicio de la biopolítica: “(…)
en la presentación que realiza Foucault, tanto del ordoliberalismo alemán como
del neoliberalismo norteamericano, se abre un fenómeno curioso de sofisticación
de estas prácticas que permiten asumir esta paradoja; no, por cierto,
eliminarla. En este sentido, la categoría biopolítica, su recorrido analítico
nos ofrece un escenario particular para mirar el problema del liberalismo
contemporáneo como régimen de gubernamentalidad.” (Salinas, 2014, pág. 69)
La salida a tal
paradoja se ha realizado específicamente a través de lo que se denomina neoliberalismo: un nuevo giro sobre el
eje del saber que permite resolver la paradoja biopolítica que enfrentaba el liberalismo.
Para elaborar una
definición del término, Foucault refiere a la experiencia alemana y
norteamericana de formalización del actual neoliberalismo.
En primer término, “El ordoliberalismo –o neoliberalismo alemán- puede
considerarse una reacción por una parte económica y por otra política a los
excesos que implicaron las economías dirigistas y planificadas posteriores a la
primera guerra, y en particular del régimen nazi. Aunque también una reacción a
la idea de “política social” del keynesianismo, que es vista como un proceso de
intervención.” (Salinas, 2014, pág. 71) En esta corriente se
presenta la convicción – opuesta al liberalismo clásico – de que el mercado no
es algo dado, un fenómeno natural,
planteándose más bien como un fenómeno a producir
y mantener. En este punto resalta la idea del “marco”, subrayada por Salinas,
pues refiere a una serie de condiciones que posibilitan la existencia y
permanencia del mercado. De tal modo, la libertad de mercado se vuelve el
principio que organiza al Estado en esta modalidad de racionalidad
gubernamental. En este decurso, se abandona la idea de intercambio como núcleo constitutivo del mercado – en la medida que
se considera como un fenómeno natural – y se postula a la competencia como un fenómeno a producir, con todas las
consecuencias que ello acarrea en términos de desigualdad. Así, “el principio
de ‘no gobernar demasiado’ ya no implicará sólo el empequeñecimiento del Estado,
y el consecuente debilitamiento de la policía interna; sino que fijará la
principal tarea del Estado y del gobierno, a saber, gobernar para el mercado,
para producir las condiciones de la competencia, orientarse en forma activa a
una competencia pura.” (Salinas, 2014, pág. 74) Para la
gubernamentalidad – en el neoliberalismo – el objeto es el marco, gobernar para
asegurar ese marco de condiciones que posibilitan la existencia de la
competencia y el mercado. Tal nivel de intervención no se considera nocivo en
la medida que no interfiere directamente en el mercado, sino en las condiciones
que lo hacen posible, argumento que constituye un “principio de sofisticación
de la intervención o de la regulación” (Salinas, 2014, pág. 75) en la medida que
ayuda a sortear (pero no a eliminar) la paradoja de la intervención en el marco
del neoliberalismo.
Así, una vez resuelto
el problema de la emergencia del mercado, para proyectar su existencia en el
tiempo, el foco vuelve hacia la población, en la medida que su adaptación a la
economía de mercado constituye la condición sine qua non de de la
perdurabilidad del mismo; en este sentido, la regulación de la población se efectúa
buscando la producción de un homo oeconómicus
particular, un hombre-empresa adaptado a la competencia y a la gestión y
administración de sí mismo, que nuevamente no es un dato natural, sino una
realidad a producir y a extender por toda la población.
En segundo lugar,
Foucault expone los principios característicos de la formalización
norteamericana del pensamiento neoliberal. En esta perspectiva destaca la
propuesta de extender la racionalidad de mercado hacia nuevos ámbitos antes
inexplorados por la racionalidad económica y, al igual que en Alemania “el
neoliberalismo norteamericano se afirma en un proceso crítico a la intervención
del Estado reflejada en las políticas keynesianas implementadas por Roosevelt;
pero también en las proyecciones proteccionistas de seguridad social que se
formaron como pacto social a partir de la participación en la Segunda Guerra
Mundial.” (Salinas, 2014, pág. 79) Un primer ejemplo de
esto es la teoría sobre el capital humano,
en la que el trabajo es tematizado como actividad económica, introduciendo una
racionalidad estratégica en la actividad laboral. El salario, entonces, es
conceptualizado ya no como la retribución por un trabajo, sino como el
rendimiento, la renta de un capital que vendría a ser el mismo individuo. De
este modo vemos reafirmada la necesidad de producir activamente un homo
oeconomicus, un hombre-empresa, adecuado al funcionamiento del libre mercado y
la competencia.
La mercantilización de
la educación – ámbito de formación en el que el individuo-empresa debe invertir
en sí mismo para adquirir una dosis suficiente de capital cultural que le
permita participar con rentabilidad en el juego económico -, las lógicas de la
seguridad y asistencia social aseguran las condiciones marco para que ningún
individuo pueda sustraerse del mercado debido a la carencia de recursos.
Un segundo ejemplo que trabaja Foucault es el crimen en el marco del
neoliberalismo norteamericano; éste es concebido como una actividad económica
más, en la que el individuo corre el particular riesgo de ser apresado y
condenado a una pena, sea de reclusión, económica, etc.
Es así que el
neoliberalismo ya no puede ser comprendido solamente a partir del modelo
disciplinario, pues no se busca controlar de manera directa a los individuos,
sino que se incide en el ambiente: ya
no se excluye o encierra al anormal, se le regula; no se dirige
centralizadamente a los individuos sino que – dada la importancia del capital
cultural y la descarnada competencia y desigualdad introducida por la extensión
de la lógica del libre mercado – se les empuja indirectamenta a prácticas adquisitivas, de gestión de sí,
que sumadas a lógicas de endeudamiento sostenido aseguran la continuidad de la
institución mercado. Así, “en vez del disciplinamiento, tenemos la
gubernamentalización de los individuos, y lo que permite esta
gubernamentalización es justamente la concepción de homo oeconomicus. Si
recogemos lo que ya se ha expuesto, esta racionalidad gubernamental incluso
tiende a mantener siempre a los sujetos en el juego económico, no permite su
salida, los sistemas de seguridad social aseguran justamente ese nivel básico
de participación. Recordemos los cursos pasados, la biopolítica tiene un poder
performático, deja morir, pero hace vivir, obliga, exige vivir.” (Salinas, 2014, págs. 84-85) Es por ello que –
sin olvidar lo propuesto a propósito de la lógica del desplazamiento por
superposición – la categoría biopolítica,
articulada con el concepto de gubernamentalidad,
presenta una fecundidad analítica importante para un análisis del presente.
Para terminar este
apartado. El neoliberalismo no debiera ser comprendido como una ideología (en
la medida que este concepto expresa el encubrimiento de la verdad) sino como un
régimen de verdad, pues tiene una capacidad de producir realidad, de generar
“la realidad que persigue: instala, crea condiciones reales de existencia y no
sólo verdades aparentes. Al mismo tiempo encierra una fuerza utópica, creadora
de sueños, metas y ambiciones.” (Salinas, 2014, pág. 89)
2.
Los estudios sobre Gubernamentalidad.
Esta línea de
investigación presentada por Salinas constituye una de las dos dimensiones que
dan cuerpo a lo que él llama una primera recepción del trabajo foucaulteano.
Dista mucho de ser un campo homogéneo, esto debido a la diversidad de autores –
a quienes se les ha conocido como anglofoucaulteanos – que contribuyeron a su
desarrollo, así como al formato de trabajo, que privilegió el formato de
artículos.
Los primeros trabajos
se pueden rastrear de manera casi paralela a los cursos de Foucault a finales
de los años setenta, especialmente en torno a la revista Ideology and Consciousness; un segundo hito importante es la
coordinación de la History of The Present
Network, a finales de la década de los ochenta, lo que posibilita la
compilación The Foucault Effect en 1991, así
como el acercamiento de un gran número de investigadores e investigadoras a la
revista Economy and Society, lo que
se expresó en una cantidad considerable de artículos que trabajan sobre la
línea de la gubernamentalidad en tal revista, durante la segunda mitad de la
década de los noventa. La red comienza a agotarse hacia el año 2005.
La primera serie de
trabajos publicados en la revista Ideology and Consciousness (I&C) se
articularán primordialmente en torno a la “idea de gubernamentalidad y
particularmente en la forma en cómo Foucault presenta esta idea en la clase del
1 de febrero de 1979.” (Salinas, 2014, pág. 93) Además, en esta
primera etapa, se buscaba realizar vínculos
entre el pensamiento de Foucault y otros autores – como Marx, Gramsci,
Althusser y Weber – con el objetivo, ya planteado por Michel Foucault, de
comprender las relaciones de poder sin caer en la hipótesis de la represión o
en un análisis mecánico a partir de las relaciones de producción. Pueden
destacarse autores como Pasquino, Procacci, Donzelot, Rose, Gordon o Graham,
quienes contribuyeron al desarrollo de esta etapa, poniendo un fuerte acento en
el trabajo de temáticas aplicadas, como la gestión de la pobreza y los nuevos
objetos de saber de la economía política, las relaciones entre
gubernamentalidad y neoliberalismo o el problema de la administración del
riesgo en la lógica de la seguridad. El cierre de la revista (I&C) en 1982
dejaría un vacío relativo, aunque paulatinamente se realizará una migración de
autores y autoras hacia la revista Economý And Society; en esta primera etapa
encontramos el germen del siguiente período.
Un segundo período de
esta línea de trabajo puede circunscribirse al funcionamiento de la History of The Present Network,
reflejado en las publicaciones realizadas en Economy And Society entre 1995 y
2000,
aunque el funcionamiento de la red podemos situarlo entre 1990 y 2006.
Específicamente “el trabajo general de la History of the Present Network puede
cifrarse entre dos artículos a modo de inicio y cierre. El inicio sería Governing economic life publicado en
1990 por Peter Miller y Nikolas Rose; mientras que el artículo que puede
considerarse como cierre de esta etapa es Governmentality
del 2006, escrito por Rose, O’Malley y Valverde. Este último es un artículo
retrospectivo y uno de los pocos con traducción al castellano. El tenor
retrospectivo da cuenta de una versión particular del desarrollo de los Studies
in Governmentality en estos años, y al mismo tiempo opera con este efecto de
‘cerrar’ el trabajo con una descripción autointerpretativa.” (Salinas, 2014, pág. 99)
A modo de síntesis del
enfoque del grupo podemos hacer referencia a algunos de los puntos propuestos
en el artículo de Miller y Rose de 1990, y que Sallinas destaca. Allí se
plantea que el enfoque de la gubernamentalidad trata de analizar una nueva
mentalidad de gobierno que fue planteada por Foucault – entendiendo mentalidad como un conjunto articulado
de racionalidades, políticas, estrategias, instituciones, tácticas,
tecnologías, etc. – y que se extiende de manera múltiple por fuera del ámbito
estatal; características de esta nueva mentalidad
de gobierno son su visión proyectiva/programática, la constante autoevaluación
en pos de aumentar la eficiencia, y el accionar a distancia o indirecto del
gobierno. Así, los efectos de esta mentalidad
de gobierno pueden rastrearse en una gubernamentalización
de las políticas públicas o en la representación de los hechos sociales, siendo
“una de las características importantes en los estudios posteriores del grupo.
Se trata de enfocarse en las maneras en que a través del lenguaje y de las
prácticas de la gubernamentalidad llegan a representarse ciertos objetos
sociales, y por lo tanto desde estas representaciones se concibe su gobierno.” (Salinas, 2014, pág. 103) Además, como una
última y más general característica del trabajo de este grupo, podemos destacar
el rechazo a la proposición de teorizaciones generales y de inscribir su
trabajo “al interior de síntesis generales del presente (postmodernidad,
globalización, etc.)” (Salinas, 2014, pág. 105)
De manera particular
puede destacarse el gobierno de sí, o
self-government, como uno de los
principales ejes de trabajo de la red, que estudiará los diversos mecanismos no
coactivos de producción de subjetividades, orientados a la formación de una
representación ética, política y psicológica de un sujeto gestor de sí mismo,
un sujeto neoliberal, empresarial, un homo
oeconomicus, en definitiva.
Otro eje importante de
trabajo es el análisis del despliegue de la gubernamentalidad en el ámbito de
las políticas públicas, las reformas neoliberales y, por tanto, en la economía
política.
“En general se sigue la lógica de mostrar cómo estas políticas públicas van
cambiando: no hay que esperar una descripción general de este cambio ni una
explicación general de tales transformaciones; sino más bien, el ejercicio de
mirar una política en particular y descubrir un rasgo específico de
gubernamentalidad en estas mutaciones.” (Salinas, 2014, pág. 109)
Ahora bien, hacia el
final de la década de 1990 ya es posible vislumbrar algunas voces críticas y
auto críticas dentro del grupo, que dicen relación, fundamentalmente, con el
enfoque fuertemente descriptivo que habría caracterizado a esta serie de
trabajos, que no tomaría una postura crítica ni propositiva frente a las
condiciones de dominación, lo que sería fácil de confundir con una mera
casuística del poder y la dominación. Para Salinas resultan fundamentales dos
artículos para ejemplificar estas críticas: uno de 1998 de Kevin Stenson,
titulado Beyond of the stories of the
present,
así como otro de Pat O’Malley titulado Experimentos
en gobierno,
que contribuye señalando que, para pasar del problema general del gobierno a
una perspectiva propositiva, se “requerirá de algo más complicado. Una
comprensión más amplia que no pueda confundirse con una teoría general de la
sociedad y que sea capaz de construir formas de organización –quizás una idea
más adecuada que la de gobierno- cada vez más alejadas de los modos de
dominación y generar propuestas estratégicas que no se confundan con los
espejismos de la normatividad.” (Salinas, 2014, pág. 115)
3.
Después de las disciplinas.
En este apartado,
Salinas hace referencia a los aportes que ha hecho el filósofo Gilles Deleuze en torno
a la problemática del biopoder, resaltando que por lo general no son
considerados, como lo evidencian los trabajos de quienes más han destacado en
esta primera recepción del trabajo foucualteano: Hardt y Negri, Agamben y
Esposito. Esto invisibiliza el aporte de Deleuze, realizado fundamentalmente en
su texto Foucault de 1986, con anterioridad al trabajo de los otros autores que
recién mencionamos.
Una primera noción,
clave para esclarecer el problema del biopoder, es el concepto de diagrama. El diagrama sería una
composición de fuerzas en tránsito, constituida por la relación entre materias
no acabadas y funciones no finalizadas. En el caso del panoptismo,
característico de las sociedades disciplinarias, el diagrama “impone una
conducta a una multiplicidad cualquiera a partir de dos estrategias, a) reducir
la multiplicidad y restringirla en un espacio y b) que la imposición de la
conducta se realice en una composición de espacio y tiempo que equivale a este
lugar de encierro. Sin embargo, estas estrategias son sólo las estrategias del
panoptismo y de los lugares de encierro, no pueden ser concebidas como
elementos de cualquier otro diagrama.” (Salinas, 2014, pág. 119) De tal modo, se
pueden considerar diagramas puros, cuyas funciones y materias varían, aunque
sin excluirse. En el diagrama biopolítico, la materia ya no operaría reduciendo
lo múltiple, sino realizando una materia de hecho múltiple (la población), sin
requerir el encierro, sino utilizando el espacio abierto; por otro lado, la
función ya no sería la imposición de conductas en el lugar de encierro, sino de
gestionar la vida.
De tal modo, y
atendiendo al decurso de la racionalidad de gobierno podrían distinguirse
diversos diagramas históricos: el del poder soberano, de las sociedades
disciplinarias y el diagrama biopolítico. Cabe recalcar una vez más la lógica
de la superposición, pues en un diagrama conviven diferentes dispositivos,
materias y funciones, lo que resalta su historicidad, que admite funciones
intermedias. Esto pone el acento en el estudio de las situaciones
histórico-concretas más que en consideraciones abstractas o esencialistas sobre
el poder.
Por otro lado, debe
considerarse que “el diagrama no funciona como fuerza mesiánica o causa
eficiente. El tipo de causalidad que opera es inmanente, es decir, que implica
una reciprocidad entre causa y efecto. Por esta razón, el diagrama y los
dispositivos se codeterminan y no se puede pensar que el diagrama exista como
racionalidad previa al surgimiento de los dispositivos que lo expresan; sino
que el surgimiento de ambos es codeterminante, la racionalidad que opera el
dispositivo se desarrolla en la medida que surge el dispositivo, y a la vez el
dispositivo mejora, se vuelve más eficiente; o, por el contrario, se transforma
y muta a partir de la racionalidad que lo opera.” (Salinas, 2014, pág. 121) En tal sentido, cada
diagrama implica un modo de producción de verdad, un régimen de veracidad. Es
por ello que un diagrama no puede considerarse como una estructura explicativa
invariable, de carácter universal, debido precisamente al dinamismo o
historicidad que lo atraviesa. Se trata de por sí de algo cambiante, que
articula zonas rígidas y blandas, y que por lo mismo, se encuentra abierto al
cambio.
Estamos ante una
propuesta eminentemente anti-esencialista, ya que “el problema no consiste en
preguntarse qué es el poder, sino en reconocer los mecanismos en los cuáles se
expresa. Puesto que más allá de toda ontología política del poder, postulable o
imaginable, en realidad lo que podemos saber sobre el poder es lo que se
expresa en sus mecanismos. En lenguaje deleuziano podría decirse que interesa
precisamente el acontecimiento poder.” (Salinas, 2014, pág. 125)
Un segundo aspecto interesante
referido al biopoder que Salinas destaca, son las precisiones que Deleuze ha
realizado respecto al cambio de eje presente en el diagrama biopolítico. En
este diagrama, a diferencia del poder disciplinario, se hace énfasis en la
función de gestión, desplazando paulatinamente a la anatomopolítica por el
creciente despliegue de la biopolítica. A este respecto es posible señalar el
énfasis deleuzeano sobre la posibilidad de que la vida, al verse enfrentada al
poder, gatille un descubrimiento que active su propia potencialidad como
resistencia respecto al poder; lo que constituiría una dimensión afirmativa de
la biopolítica, expresada de modo muy general en el trabajo de Foucault.
Salinas refiere a un
tercer aspecto trabajado por Deleuze, que constituye – a su juicio – un
elemento clave para comprender el cambio de eje que opera en el tránsito desde
las sociedades discplinarias, hacia las actuales sociedades de gestión. Se
trata del concepto Sociedad de Control
trabajado por Deleuze a finales de la década de 1980 y principios de 1990;
constituye un importante aporte pues logra explicar – casi quince años antes –
lo que es trabajado por Foucault en los cursos publicados a mediados de la
década del 2000.
Las sociedades de
control serían la salida a la crisis
que alcanza a las sociedades disciplinarias a principios del siglo XX,
cambiando el énfasis en los centros de encierro – caracterizados por la lógica
normalizante, clasificatoria y de independencia entre tales espacios – a un
modelo de libre circulación, caracterizado por los controlatorios como tecnología de gobierno. Estos no son espacios
claramente diferenciados, nunca se termina de entrar en ellos y nunca se
termina de salir de ellos (podemos identificar esto en la noción de formación permanente que extiende hasta
los impensado la institución escuela/educativa); ya no se busca el control
rígido sobre las conductas, sino una modulación que pueda absorber y gestionar
las diferencias.
Se puede observar un
claro paralelo con el modelo que deslinda Foucault a propósito de la
biopolítica, pues también estaríamos ante un modelo de gestión, caracterizado
por la extensión de lógica del mercado hasta los más diversos ámbitos de la
vida individual y social, estimulada por la competencia basada en la desigualdad,
el modelo de la gestión de sí, del hombre-empresa, en definitiva.
Así, el diagrama de
gestión basado en la competencia tiene “un dilema básico que resolver y se está
preguntando permanentemente por él, investiga, planifica, teoriza y aplica
planes y tácticas diversas. ¿Cómo administrar la pobreza para seguir
manteniendo la estructura básica de desigualdad? Las respuestas son múltiples:
bonos individuales, seguridad social de mínimos, sistemas de capitalización
individual, entre otros.” (Salinas, 2014, pág. 138) Se trata de
administrar la desigualdad de manera que el sistema se sostenga sin llegar al
colapso. Cabe destacar que la lógica de la superposición recuerda que en este
diagrama operacional no se ven excluidas las técnicas de gobierno
disciplinarias; aunque cambia el eje, el énfasis: los guetos de pobreza, la
represión policial, la militarización de zonas como la Araucanía, evidencian
cómo tales lógicas subyacen, permanecen, aunque inscritas en un modelo de
gestión orientado por diferentes premisas.
4.
Campo de concentración, Nuda Vida y Teología Económica.
En la interpretación
que Salinas ofrece sobre el trabajo de Agamben, este podría concebirse en torno
a dos grandes ciclos. El primero giraría sobre ciertos problemas estéticos,
mientras el segundo comprendería una reflexión de corte político; en este
ciclo, el trabajo desplegado en la obra Homo Sacer, constituye un punto
culmine. Será precisamente este segundo ciclo el que interesará a Salinas, toda
vez que se constituye como una gran recepción del problema del biopoder planteado
por Foucault, mediante una reelaboración de tal problemática en los términos
del propio Agamben.
Este segundo ciclo se
articularía en torno a dos núcleos: el primero tendría como eje el trabajo
desarrollado en el Homo Sacer I, el poder
soberano y la nuda vida, y la tesis que lo sintetizaría es: “el campo de
concentración es el paradigma biopolítico de la actualidad.” (Salinas, 2014, pág. 141); el segundo núcleo
tendría como eje la reflexión desplegada en El
Reino y La Gloria, Homo Sacer II, 2, y la tesis allí planteada sería que:
el “modelo de gobierno que Foucault ha mostrado como la racionalidad de la
biopolítica, estaría conectado con un arcano teológico, de modo que se puede
proponer una teología económica a la vez como paradigma del gobierno económico
actual, y también como posibilidad para elaborar propuestas alternativas a tal
racionalidad.” (Salinas, 2014, pág. 141)
A pesar de que nuestro
análisis se centrará en estos dos núcleos del segundo ciclo del trabajo
agambeano, cabe destacar lo que propone Salinas para el texto publicado en 2011
Altissima povertá. Regola e forma de vita
nel monachelismo. Este trabajo conectaría en un sentido propositivo con lo
trabajado por Michel Foucault en torno a una ética de la existencia,
proponiendo una salida política en
base a los modos de vida en común.
Respecto al primer
núcleo, es preciso señalar que Agamben incia su análisis sobre el campo de
concentración desde un particular supuesto metodológico: “El campo de
concentración, se analizará no como un suceso histórico; sino como la
estructura jurídico-institucional, o jurídico política, que permitió –y que
permite según Agamben- que los sucesos históricos del Lager, se llevaran a
cabo.” (Salinas,
2014, pág. 147)
Este supuesto provoca un desplazamiento respecto al modo en que venía
trabajándose el problema del biopoder, en la medida que se coloca a un
presupuesto jurídico como condición de posibilidad de un suceso histórico: el
campo de concentración concreto.
Esta condición
político-jurídica del campo, realiza el Estado de Excepción – que es el núcleo
del poder soberano – y produce la Nuda Vida. De tal modo, “el Estado de
Excepción será la estructura que permita comprender una técnica de gobierno,
técnica cada vez más habitual y que ha salido del ámbito de la suspensión
puntual de derechos políticos. Así, pueden comprenderse al interior del Estado
de Excepción desde las dictaduras abiertamente establecidas hasta los procesos
de ampliación de los poderes del poder ejecutivo, mediante el recurso cada vez
más explícito del decreto con fuerza de ley.” (Salinas, 2014, pág. 148)
Haciendo un extenso
recorrido por la historia jurídico-política moderna, Agamben puede llegar a dos
conclusiones que no se incluyen necesariamente. La primera es que el campo de concentración
histórico sería un concreción paradigmática de esta estructura pues, posibilita
la suspensión de las normas jurídicas que rigen la vida social de los sujetos
(dando forma a una situación normal),
lo que constituye el núcleo del Estado de Excepción; la segunda refiere a que,
cuando esta situación deviene en norma, la anormalidad se transforma en
normalidad, es decir, mediante una suspensión de la ley jurídicamente
establecida - que genera una paradoja de
interioridad/exterioridad respecto a la ley – la situación de campo puede
generalizarse a partir de ello, y de hecho así ha sido, volviéndose una técnica
de gobierno cada vez más habitual.
Ahora bien, ¿cuál es el
objetivo, el efecto que busca producir el campo, en tanto técnica de gobierno?
Agamben propone que el efecto que produce el campo es la producción de la nuda vida en los sujetos. El término
nuda vida, según la interpretación que ofrece Salinas, puede ser comprendido
como la indeterminación entre bíos (vida
propiamente humana, ética, política, social) y zoé (la vida reducida a sus condiciones biológicas), dejándola
totalmente a merced del poder soberano; sería el ingreso de la nuda vida en el
ámbito de la política , el ingreso de un elemento indeterminado entre la vida
biológica y la propiamente humana (la misma indeterminación entre hecho y
derecho posibilitada por el Estado de Excepción), lo que caracterizará al
problema del biopoder en la perspectiva de Agamben, asumiendo como eje central
del mismo la biologización de la
política.
La Nuda Vida es
ejemplificada por Agamben recurriendo a la figura del Homo Sacer, en primer lugar, y el Muselmann, en segundo lugar. Si bien en Homo Sacer I. El poder soberano y la nuda vida, la referencia
fundamental para caracterizar la nuda vida es el Homo Sacer,
Salinas prefiere emplear – por la evidente dificultad que supone el traslado de
una categoría del derecho romano para explicar las condiciones del campo de
concentración – la figura del Muselmann (o
musulmán), descrita en el volumen III
del Homo Sacer, Lo que queda de Auschwitz. El Archivo y el Testigo; este término es
una expresión acuñada por los prisioneros judíos en Auschwitz, para designar a
aquel prisionero llevado a condiciones de vida extremas o mínimas, que debido
al efecto que produce el campo de concentración como técnica de gobierno, lleva
al individuo a un umbral que marca un límite, tanto entre la vida y la muerte
(en términos biológicos) como entre lo humano y lo no-humano.
De tal modo, la condición del musulmán expresa algo incalificable, una huella
muda, intestimoniable, que da cuenta de la nuda vida; por otro lado, el
conocimiento de ello es posible sólo gracias a otra figura que tensiona la
producción de la nuda vida en el campo de concentración, “Agamben, recupera
estos relatos del campo, justamente por la presencia de testigos, que traspasan
estos relatos. De hecho llega a concluir que “En un campo, una de las razones que pueden impulsar a un deportado a
sobrevivir es convertirse en un testigo”. El testigo se nos presenta entonces
como el otro polo de la tensión, la evidencia viva, que no todos en el campo se
convierten en musulmán. Un prisionero se convierte en testigo. Lo que este
proceso refleja es justamente un paso de construcción de sí mismo, una forma de
subjetividad.” (Salinas, 2014, pág. 153)
Para Salinas, la figura
del testigo es de crucial importancia porque expresa una paradoja en la
propuesta metodológica mediante la que Agamben inicia su análisis. Si bien en
términos jurídico-formales, el campo de concentración trata a los prisioneros
reduciéndolos a nuda vida - lo cual implicaría que no habría, en términos
formales, modos alternativos de subjetivación posibles – el testigo da cuenta
de una forma de subjetivación alternativa que tensiona al establishment impuesto por el campo, pues construye una manera de
no transformarse en nuda vida. “Si la nuda vida es reducción absoluta, no hay
subjetivación posible. Si la nuda vida, por el contrario se asume como el
horizonte de efectos del campo; el testigo es justamente su contraparte, vale
decir, el eje de fuerzas que se contraponen en tanto formación de
subjetividad.” (Salinas, 2014, pág. 154) Esta perspectiva nos
presenta nuevamente la necesidad de sacar el análisis de la forma jurídica del
campo, en tanto que éste se configura como un espacio de oposición de fuerzas y
luchas, y no sólo una concreción histórica determinada mecánicamente por un
marco jurídico.
A modo de síntesis de
lo expuesto hasta aquí, podemos citar a Salinas: “Si recomponemos la propuesta
de Agamben, ella puede entenderse en tres tópicos que interactúan. a) Un
análisis del campo de concentración. b) Un análisis de la estructura de la
soberanía totalitaria, que coincide con la estructura jurídico-política del
campo de concentración. c) El diagnóstico de que esta soberanía totalitaria
coincide también con las estructuras jurídicas de las ‘democracias occidentales
actuales’. Sólo el entramado de estos tres tópicos, permite comprender que el
campo de concentración sea el paradigma, o la matriz de la actualidad.” (Salinas, 2014, pág. 154) Esto permite que nos
adentremos en otra problemática planteada por Salinas. Afirmar que la soberanía
fundada en el Estado de Excepción constituye la estructura fundamental de todo
tipo de poder,
permitiría sostener la tesis de una íntima solidaridad entre totalitarismo y
democracia, afirmación que se juega en un plano filosófico-histórico con escasa
aplicabilidad práctica pues, a pesar del potencial crítico que instala esta
tesis, resulta evidente que es imposible homologar fenómenos tan disímiles; lo
que queda sin despejar es, en qué medida, tal homologación en el plano filosófico—histórico,
se realiza históricamente, y de qué modo (y en qué sentidos) configura nuestro
presente.
La decisión de
continuar con el estudio del biopoder enfatizando en la estructura jurídica que
da forma al campo haría replicable el análisis a otras concreciones históricas
en la medida que podamos identificar la replicación de la estructura jurídica,
identificando nuevas modalidades del campo de concentración, con su respectivo
Estado de Excepción como dispositivo biopolítico. Esta argumentación ha causado
múltiples críticas, en la medida que le resta contenido al campo de
concentración histórico, posibilitando el traslado de su estructura al presente
y, en realidad, a cualquier época histórica. “Estos análisis tienen un problema
importante según Foucault: Evitan pagar el precio de lo real y lo actual. En
otras palabras si en efecto queremos intentar acercarnos al fenómeno del poder
en la gubernamentalidad neoliberal hay que estar dispuestos a mirar este
fenómeno en su singularidad, y renunciar a estas homologaciones,
desplazamientos e intercambios entre los análisis.
Aunque retóricamente tales
desplazamientos sean potentes, y aunque parezcan tener un potencial crítico.
Pues en definitiva, una crítica que elude el presente es teóricamente débil,
aunque tenga una retórica elegante y seductora.” (Salinas, 2014, pág. 160) Además, Salinas hace
notar que el modelo del campo de concentración (en realidad, campo de extermino
en la terminología nazi) era sólo uno entre varios modos de controlar y
gestionar la vida. Así, el análisis que realiza Agamben sólo repararía en una
parcialidad del modelo de gobierno realizado por los nazis. Asimismo no debemos
olvidar el componente afirmativo del poder, que en el caso del tercer reich no
sólo buscaba realizar un proyecto de extermino, sino también “producir un tipo
específico de población, un cuerpo sano. El problema del biopoder y del racismo
no puede centrarse en los campos de concentración, sino en la sociedad nazi como
conjunto. Este es un rasgo que Foucault tiene a la vista, no le interesa el
campo de concentración, le interesa la totalidad del fenómeno biopolítico nazi
y sus singularidades y diferencias.
Lo que hace del régimen nazi un fenómeno
inusitado es la articulación de tecnologías distintas, mientras ejerce una
potencia mortífera y generaliza en el cuerpo militar el derecho soberano, al
mismo tiempo articula y genera una serie de experiencias biopolíticas que no
responden al poder soberano, sino a una racionalidad distinta.” (Salinas, 2014, pág. 162) De tal modo, parece
cuestionable la decisión de prolongar el análisis del biopoder enfatizando en
el modelo del campo de exterminio; lo que redundaría en definitiva en subsumir
el problema del biopoder al poder soberano, cuando en realidad se trata de algo
completamente diferente.
Ahora, respecto al
segundo núcleo del trabajo de Agamben, contenido en El Poder y La Gloria, lo que este autor busca realizar seria una
genealogía de la gubernamentalidad.
Se asiste entonces a un cambio de eje en la medida que ya no realiza la
subsunción del biopoder al poder soberano. Se asume que la biopolítica es una
extensión del gobierno que opera bajo el principio de la teología económica,
articulándose como un todo coherente; por otro lado, se afirma que soberanía y
teología política conforman un núcleo diferente.
Como ya hemos dicho, el
problema que cruza la argumentación agambeana en este segundo núcleo es el del
gobierno como economía; para ello es que propone, en un gesto experimental, realizar una genealogía de
la teología como manera de enfrentar el problema, lo que vendría a ser un
recurso auxiliar y no medular al problema principal, aunque, según Salinas, a
lo largo de la argumentación del italiano, este enfoque va cobrando cada vez
más fuerza.
Así, en un primer
momento se propone la existencia de dos grandes paradigmas: la teología
económica y la teología política. El problema del gobierno en la modernidad
occidental encontraría su origen en los discursos sobre oikonomia de la era patrística cristiana, lo que muestra la
determinación teológica del problema del gobierno, “aunque esta determinación
no sería la de una teología política (la monarquía del dios único); sino la de
una economía teológica (la acción, el orden o el gobierno de las relaciones
trinitarias) (…) Estas dos posibilidades conformarían en realidad dos
paradigmas teológicos completamente diferentes, uno identificable con la
teología política y otro con una teología económica.” (Salinas, 2014, pág. 169) Tal discusión se ha
ido desplazando hacia otra problemática, aquella referida a la Providencia, que
prolongaría estos dos principios en la dualidad Reino (teología política) y Gobierno
(teología económica); así, la segunda categoría encontraría eco en la idea
de un orden natural sostenida por los fisiócratas, y desde allí con la idea de
gobierno entendido como administración económica.
De todas formas, la
argumentación agambeana para Adán Salinas, no hace sino trasladar una
distinción teológica a la explicación del poder político. En cierto sentido “se
puede rastrear un modelo que apela al dios único, como fundamento trascendente
del poder político absoluto o monarquial; al mismo tiempo, se puede reconocer,
ese otro modelo que reflexiona sobre las relaciones de las personas trinitarias
y su acción. Es justo conceder a este segundo modelo el adjetivo de
‘económico’, en la medida que el teólogo busca expresar en la trinidad las
relaciones familiares. Lo que parece más dudoso es que esto coincida con las
ideas de economía y de gobierno implicadas en los discursos sobre el biopoder.
Es dudoso, porque estas modalidades del poder descritas por Foucault se
originan en una serie de ‘prácticas’ de subjetivación en formaciones históricas
precisas.” (Salinas, 2014, pág. 175) Una vez más, se
plantea que estaríamos ante una juridización del problema del biopoder; en este
caso se haría referencia a un origen doctrinario, teológico, lo que nos remite
al trabajo de una hipótesis paradigmático-teórica y no histórica, lo que sin
duda le resta potencialidad al análisis.
Además, asumir que el
problema del gobierno tiene que ver con un fundamento económico, separado del
fundamento político (que sustenta al poder soberano) parece particularmente
cuestionable en las condiciones actuales para Salinas. “Proponer la posibilidad
de un gobierno económico y ‘no político’, ya sea bajo legitimación teológica, o
técnica, o de cualquier otra índole, funcionaliza el discurso, y desde luego no
es el sentido del análisis del biopoder en Foucault, en el que la
gubernamentalidad efectivamente es altamente política.” (Salinas,
2014, pág. 177)
Una precisión más; la racionalidad económica que Agamben estaría intentando
rastrear para explicar el problema del gobierno sería, para Salinas,
diametralmente opuesta a la racionalidad económica que rastrea Foucault en el
marco de la gubernamentalidad neoliberal, en la medida que en esta última se
afirman una serie de condiciones de gobierno que deben ser producidas y
administradas, mientras en aquella se afirma un orden natural y preexistente.
A modo de cierre de
este apartado, cabe destacar lo explicitado por Salinas. Si bien no se trata de
poner a Foucault como vara de análisis del trabajo de Agamben, tales
procedimientos se justifican en la medida que el propio italiano insiste en
considerar sus trabajos como una prolongación del análisis foucaulteano del
biopoder. En tal medida, parecen haber varias lagunas, aunque no debe
desconocerse el valor que esta propuesta presenta por sí sola, así como en las
distintas repercusiones y líneas de trabajo que ha inaugurado.
5.
Imperio y Multitud.
Para trabajar los
aportes de Hardt y Negri, Salinas no recoge la totalidad de sus propuestas,
sino lo principalmente trabajado en Imperio (2000), Multitud (2004) y Common Wealth (2009), en la medida que
configuran un proyecto intelectual unificado., y que recoge las nociones de
biopoder y biopolítica.
Eso sí, debemos destacar que estos trabajos, a pesar de situarse dentro de lo
que el autor llama primera recepción
de la analítica foucaulteana, se encontrarían en una zona ciega relativa respecto a los cursos de Foucault publicados a
mediados de la década del 2000, toda vez
que por la fecha de publicación de Common
Wealth tuvieron la posibilidad de – y existe evidencia de ello – hacer
contacto con los trabajos del francés, así como con la línea de investigación
trazada por los anglofoucaulteanos.
Una de las nociones
centrales en el trabajo de estos autores es la noción de Imperio. Se trataría de una nueva forma de poder soberano – aunque
ya veremos que afirmar esto puede resultar problemático a la luz del desarrollo
foucaulteano sobre el problema del biopoder – que se aleja de la noción de un
poder centralizado y también de la idea de un orden natural o espontáneo. Se
plantea entonces como una nueva forma de poder en proceso, que tendría un
carácter descentrado y flexible, pero al mismo tiempo universalizante. Hardt y
Negri comienzan haciendo algunas analogías con ciertas figuras imperiales
antiguas. “Algunos elementos interesantes en este análisis analógico son el
problema de la universalización de ciertos valores, y la promoción del imperio
con características morales: el imperio asegura la paz y la justicia. Al mismo
tiempo que implica una suerte de suspensión del desarrollo histórico, toda vez
que se pretende como un orden final.” (Salinas, 2014, pág. 201)
En este proceso de
globalización, se pondría en jaque la soberanía de los Estados-Nación,
específicamente la estrecha relación del poder soberano con un territorio,
elemento que coincide con el análisis que despliega Foucault.
Si consideramos estos
dos grandes argumentos como dos grandes tesis, he “aquí, pues, una tercera
tesis fundamental del trabajo de Imperio, después de la institucionalista que
declaraba que no se produce globalización sin regulación, y de la
antinacionalista, que veía la soberanía en curso de transición hacia nuevas
formas. La tercera tesis consiste en asumir estos fenómenos dentro de la
relación de capital: ésta es la pretensión científica fundamental de Imperio.” (Salinas, 2014, pág. 203)
De tal modo las
transformaciones descritas forman parte de los cambios del capital y de sus
procesos de construcción de relaciones sociales, en tensión con cada una de sus
fuerzas antagónicas. El trabajo de Hardt y Negri desplegado en Imperio buscará
develar la lógica, los actores, los poderes y los dispositivos, que actúan en
el proceso de globalización. El problema biopolítico será abordado por estos
autores mediante la categoría vida social,
que, en la línea del análisis marxista, supone que la lógica del capital
produce activamente una forma de vida social y cultural, de tendencia
globalizante.
Como fuentes teóricas
de orientación para estos autores, Salinas señala al operaísmo italiano, a
Deleuze y Foucault, el propio Marx y a los nuevos
aparatos críticos de la modernidad: los estudios subalternos, la perspectiva
queer, los movimientos de resistencia cultural, etc.; cabe destacar la
perspectiva de la acumulación por desposesión
trabajada por David Harvey,
o la fórmula del capitalismo del desastre,
elaborada por Naomi Klein como otros referentes de interés.
Para describir el
proceso de surgimiento del Imperio, Hardt y Negri ensayan una propuesta
genealógica que considera dos dimensiones: una genealogía jurídica y una
genealogía las condiciones materiales.
Respecto a la
genealogía jurídica, cabe señalar que supone una pregunta sobre “las
transformaciones jurídicas en la interrelación de los estados y la
administración del derecho (…)” (Salinas, 2014, pág. 207) Ya hemos mencionado
que en el proceso globalizador se manifiesta en crisis la idea del
Estado-Nación; en este sentido se hace referencia a las Naciones Unidas como un
ejemplo de esta crisis, que no implicaría la inmediata desaparición de la
soberanía nacional – en la medida que la misma ONU depende de la soberanía de
cada uno de los Estado-Nación que la conforman – sino más bien la superposición
de un nuevo modo del poder que pone el énfasis en formas de poder
supranacionales.
En esta línea se debe destacar la coincidencia entre las
dimensiones éticas y jurídicas del Imperio que mediante una noción de orden y
paz social (asegurada por el Imperio) legitima la guerra defensiva, o defensa
justa. De esta forma, lo supranacional (identificado con la dimensión ética ya
mencionada) se comprende como una forma de legitimidad de la suspensión de las
soberanías nacionales. “Estos serían los rudimentos jurídicos que estarían
actuando: una forma de suspensión de la soberanía, que opera por un principio
de excepción, pero un principio que no estaría legitimado en la decisión
soberana, sino en la mantención de la paz y el orden, en relación a una idea de
justicia.” (Salinas, 2014, pág. 211) Este planteamiento
nos conecta con la línea de diagnóstico político que ya hemos revisado a
propósito de Agamben.
Esta forma jurídica del
Imperio se materializa de forma concreta
en el mecanismo de la Guerra.
“Hardt y Negri proponen cruzar la idea de Estado de Excepción de la ‘tradición
germana’, es decir el tratamiento jurídico del Estado de Excepción como
suspensión de la ley o primacía del soberano por sobre la ley, con otro tipo de
excepcionalidad que ya no es jurídica sino que refiere al poderío material,
tanto económico como militar, y que refiere a la posición privilegiada y
excepcional que tiene Estados Unidos en la nueva formación imperial. No se
puede dejar de mencionar que en términos de diagnóstico al menos esto vuelve a
conectar con la idea del Estado de Excepción permanente presentada por Agamben.
Pero en este caso tal Estado de Excepción no se verifica a través de la
condición jurídica de campo de concentración; sino en la guerra como
instrumento privilegiado del biopoder.” (Salinas, 2014, pág. 214) La Guerra sería
entonces, una forma de dominio cada vez más extendida que posibilita la
producción y reproducción de todos los aspectos de la vida social.
Ahora bien, la descripción
del proceso de surgimiento del Imperio requiere no sólo de una genealogía de
las condiciones jurídicas que lo hacen posible, sino también de las condiciones
materiales de desarrollo (este punto implica una distancia importante respecto
a la analítica agambeana). Se hace referencia entonces a una nueva geografía
económica de carácter mundial, relacionada de modo particular con “las formas
de producción de las empresas trasnacionales, que se aprecian como el agente
principal que actúa sobre las condiciones de las poblaciones y la
caracterización de sus modos de vida y subjetividad.” (Salinas, 2014, pág. 215) De esta forma,
asistimos también aquí a una problemática biopolítica, en la medida que se
precisa moldear a las poblaciones en este contexto de una economía globalizada,
que necesita de la expansión de una racionalidad política que se configura a
partir del mercado; el Imperio sería el paradigma biopolítico actual, en la
medida que desplaza su eje respecto a las sociedades disciplinarias,
produciendo así, activamente, la totalidad de la vida social, tanto en sus
aspectos materiales como subjetivos, superponiéndose lo económico, lo político
y lo cultural.
Ahora, dejando de lado
el trabajo genealógico sobre el Imperio, se hace preciso destacar algunas
distinciones planteadas por Hardt y Negri en torno a la diferenciación entre biopoder y biopolítica (diferencias que se alejarían bastante de lo que hemos
visto a propósito de Foucault). A modo de síntesis podemos decir que para estos
autores “mientras biopoder remite a las estrategias pensadas desde el poder,
biopolítica se usa para designar esta perspectiva dentro de un contexto de
fuerzas; por lo tanto biopolítica también designa las posibilidades de resistencia
al biopoder. Lo biopolítico es también la conjugación del deseo para la
formulación de nuevas utopías. Por lo tanto, la realidad social en su conjunto
se ha vuelto biopolítica y más allá del biopoder ejercido por el Imperio, es
posible pensar y construir otras biopolíticas.” (Salinas, 2014, pág. 226) La constatación de
que el biopoder como forma de dominio que incluye aquellos aspectos
biológico-vitales en la racionalidad política, se extiende a la totalidad de la
vida social, posibilita la pregunta sobre si no sería la vida misma convertida
en un poder; Negri y Hardt eligen una respuesta afirmativa a esta pregunta
definiendo biopolítica en
contraposición al biopoder como se
expresa en la cita textual anterior.
Para Salinas, el
problema de una biopolítica afirmativa es que, si se la ha definido para denotar
un contexto social entendido como oposición de fuerzas, esta podría ser afirmativa, o no serlo; por lo que no sería tan factible aplicar
una consecuencia normativa de la distinción entre biopolítica y biopoder. Se
caería entonces, en una “categoría ontológica para pensar el futuro o la acción
política en general, fuera de las específicas condiciones de análisis en las
que la categoría funciona. En este sentido, la idea de multitud y la
biopolítica afirmativa que encierra, se parece muchas veces a una ontología del
futuro, y a la promesa política, más que al proyecto de una ontología del
presente; tanto como la idea de nuda vida, recurre a una ontología sin tiempo.”
(Salinas, 2014, pág. 232)
Volveremos ahora sobre
un elemento que se torna problemático en la noción de Imperio, que sería precisamente su componente soberano. “Es decir,
¿en qué medida el imperio es una nueva forma de soberanía o continuación y
mutación de la soberanía moderna?; o por el contrario, ¿debe dejar de pensarse
en términos de soberanía, toda vez que se trata de un modelo biopolítico de
gobierno?” (Salinas, 2014, pág. 233) Salinas tendrá una
doble interpretación de esto. Por un lado, reforzando la hipótesis de la
superposición de las lógicas de dominio, se puede decir que Hardt y Negri
conceptualizaron una lógica de dominio emergente con el término Imperio, que da
cuenta de una crisis del Poder Soberano del Estado-Nación y del surgimiento de
una nueva forma de soberanía, que ya no se ejerce sobre el territorio, sino
sobre la población, inaugurando el despliegue del biopoder; la problemática
surge con las siguientes preguntas: “¿De qué se trata entonces esta nueva
soberanía? ¿Cuál es el sujeto de esta nueva soberanía? La respuesta de Hardt y
Negri es circular, el sujeto es el imperio; pero el imperio, en realidad no es
ningún sujeto, sino este poder descentrado desterritorializado que acoge en su
regazo componentes tan diversos como organismos internacionales,
trasnacionales, una serie de pactos, y el virtual ‘mercado internacional’ (…)” (Salinas,
2014, pág. 235)
Esta respuesta implica un vaivén conceptual que deja sin resolver el problema
teórico, aunque para el chileno, podría despejarse fácilmente empleando la
noción de gubernamentalidad que ya ha sido expuesta.
Para finalizar este
apartado haremos referencia a la idea de Multitud,
que pareciera dejarse en un ámbito más bien programático, en la medida que
“Se trata de un tipo de subjetividad política múltiple a construir, que tiene
una base material, es decir, la multitud como fuerza de trabajo en el contexto
actual del capitalismo posfordista o biopolítico.” (Salinas, 2014, pág. 245) En tal contexto, la
formulación de un sujeto político no puede remitirse a la idea de pueblo, en la
medida que homogeniza las multiplicidades propias de la población; a la vez,
tampoco podría remitirse a categorías como turba
o masa, pues también harían
desaparecer la singularidad de lo múltiple en la indiferencia pasiva que remite
al conjunto, susceptible entonces de manipulación externa.
Recogiendo los aportes
teóricos de Spinoza, la categoría Multitud
aparece como una forma de poder de la vida, inmanente (sin causa externa) que
se opone al dominio del imperio, buscando la realización de una democracia absoluta, que emerge desde la
vida compartida, desde lo común. Si bien estas nociones podrían tener un
importante componente crítico - en la medida que se opone a las formas
falsamente democráticas desarrolladas desde el Imperio - no resuelven el
problema sobre qué podría ser lo común políticamente en una multitud
globalmente heterogénea como la plantean Hardt y Negri; se trata de otra
oscuridad conceptual que queda abierta a la discusión.
6.
El paradigma inmunitario.
Para trabajar los
aportes de Roberto Espósito, Adán Salinas propone comprender su obra teniendo a
la vista tres ciclos temáticos. El primer ciclo giraría en torno a la categoría
de lo impolítico y, si bien es
conveniente tenerlo a la vista, no entronca directamente con una reflexión
sobre el biopoder. El segundo ciclo, relacionado con el problema del biopoder
(y, consecuentemente, de interés para el chileno), gira en torno al problema
del munus, del que se desprenden las
categorías Communitas e Immunitas.
Respecto a la primera
etapa, Salinas esboza algunas líneas generales de aquello que puede entenderse
como lo impolítico. En primer lugar
implica asumir un diagnóstico sobre la pérdida de sentido de las categorías que
han dado forma al discurso político moderno; luego, este desajuste categorial
daría cuente de un problema de fondo, que es histórico-político pero que se
encuentra fuertemente relacionado con el problema de las categorías. “Es decir,
en cierto sentido los fracasos políticos del siglo XX, las nuevas hegemonías de
poder, el vaciamiento de los conceptos jurídico-políticos están relacionados
con el agotamiento de los conceptos políticos.” (Salinas, 2014, pág. 253) Esto debe ser
rastreado hasta los albores de la modernidad, y en esa medida, los
planteamientos de Hobbes sobre la estructura de la soberanía, representarían
una primera aproximación protoinmunitaria
sobre la política, que asume que para superar el Estado de Naturaleza, de la
vida natural, debe introducirse un Estado Político, un elemento artificial que
ejerciendo una limitación contra la vida natural – ejerciendo la violencia y la
muerte - la controla para hacer emerger lo propiamente social.
En el segundo período
señalado, el problema que articula el trabajo de Esposito es el de la comunidad.
Para resolver el significado de esta categoría, el italiano recurrirá al
rastreo etimológico de la palabra, para resituar su significado original. Esta
propuesta metodológica, tiene consecuencias que no podemos desdeñar, en la
medida que “Esposito no termina por decantar entre la enorme radicalidad de lo
impolítico como horizonte del pensamiento, y por otra parte la suposición de
una verdad originaria de la comunidad encerrada en su palabra. La verdad
encerrada en el origen de una palabra, sólo muestra el sentido que la propia
época de surgimiento le imprimió. Es una fotografía de un momento, sin duda
interesante y decidor, pero no el baremo por el cual medir una realidad
política.” (Salinas, 2014, pág. 256) Así y todo, el
chileno rescata la propuesta de este autor, fundamentalmente por el contenido
con rendimientos políticamente críticos que presenta.
Al contrario de la
comunidad fascista definida por la existencia de una identidad basada en una propiedad
compartida – un origen, un destino, un idioma, una raza, un origen, etc. – la
noción de Communitas refiere al munus, un tipo de don que al mismo tiempo
es una obligación respecto a la vida en comunidad; no habría así nada en común,
sino la deuda que se origina en el vivir juntos.
De tal modo, el italiano ofrece una recalibración de la idea de comunidad, por fuera de la idea de algo
en común, a partir del rastreo etimológico del vocablo munus.
A modo de contracara, a
partir del vocablo munus se llega
también a la categoría Immunitas, que
refiere a quien es dispensado o dispensada de la obligación, de la deuda común:
es una inmunidad política que se concibe como un privilegio. Ahora, a partir de
esta acepción de la Immunitas,
Esposito desarrolla una segunda acepción, entendiéndolo como una relación de
protección y negación de la vida. La emergencia de esta segunda orientación del
concepto está posibilitada por la confluencia entre el léxico político y el
léxico biológico-médico, lo que permitiría vincular el paradigma inmunitario
con la problemática del biopoder, inscribiendo también la noción de biopolítica
en la noción de soberanía. “La respuesta de Esposito en este contexto consiste
en que soberanía y biopolítica, constituyen dos facetas de un mismo paradigma
inmunitario que recorre toda la modernidad. Paradigma que tiene como
característica la protección negativa de la vida y que sería además el centro
sobre el que gravita todo el léxico político moderno y sus tradiciones
jurídico-políticas. De este modo, el análisis político queda en lo medular
centrado sobre las categorías políticas y las problemáticas jurídicas.” (Salinas, 2014, pág. 261)
Ahora bien, Esposito
identifica una diáspora interpretativa alrededor de la categoría biopolítica; esta diáspora se observa en
la diferencia interpretativa que ya ha sido señalada, a propósito de Agamben y
Negri: mientras para el primero el paradigma de la biopolítica es el de una
política de la muerte, para el segundo la biopolítica representaría la
articulación del poder desde la propia vida, planteando una política de la vida, y no sobre la vida. Sin embargo – en un paso que Salinas examina con
ojos críticos
– el filósofo italiano afirmaría que tal interpretación ambivalente se
encontraría en el trabajo del propio Michel Foucault, debido a una insuficiente
precisión sobre los conceptos (bíos y
política) que constituyen a la
categoría. Esta situación repercutiría además, en una indeterminación respecto
a la temporalidad del concepto en su relación con la modernidad, así como su
relación de continuidad y ruptura respecto a la soberanía.
Mediante este trazado
argumental, Esposito logra “conectar la noción de biopolítica con la Immunitas.
El poder soberano y la biopolítica pueden considerarse dispositivos
inmunitarios y parte de un mismo paradigma más amplio, y este paradigma, se
caracteriza por las funciones de protección, que pueden rastrearse ya en Hobbes
y que serían la forma de la política moderna. Modernidad e inmunidad política
coinciden incorporando en su interior soberanía y biopolítica.” (Salinas, 2014, pág. 265) Al tratarse de una
protección negativa de la vida, la immunitas permite comprender la relación
existente en la modernidad, entre el poder político y la vida humana.
Para demostrar su
punto, Esposito rastrea el término biopolítica hasta principios del siglo XX,
en una seria de trabajos que presentan una perspectiva vitalista, organológica
del Estado, así como inclinaciones hacia el darwinismo social, con la lógica
naturalización del aparato estatal y la vida social. Luego identifica un
segundo período en la historia del término, que se ubicaría en la década de los
sesenta en Francia, y que se contrapondría al primer período pues, las
potencias de vida que configurarían el fenómeno político y la realidad social
no serían ingobernables: “Esposito lo dice bien, se trata de una postura
humanista que reconociendo la existencia de esta biopolítica, descrita por la
fase anterior, busca someterla a principios bajo los que se organizaría la
comunidad política. En cierto sentido, es una postura que quiere reconducir la
biopolítica a otra forma de la política y no se deja arrastrar por el
desarrollo que desembocó en las formas mortíferas de la biopolítica.” (Salinas, 2014, pág. 273) Como tercer período
se identifica – de modo sincrónico al trabajo de Foucault – en la década de
1970, una serie de elaboraciones en el ámbito anglosajón que comparte la
característica de efectuar un cruce epistemológico entre biología y política.
Como puede verse, estos
desplazamientos afirman la diáspora interpretativa afirmada por Esposito, en la
medida que las leyes biológicas son presentadas como: las condiciones naturales
que dan sustento a la actividad política, como leyes que pueden ser gobernadas
por la acción humana, o como un simple cruce discursivo entre las matrices de
análisis propias de la política y la biología, respectivamente. Este tránsito
conlleva para Salinas el doble riesgo de poder caer en un organicismo social
naturalizante o en una biologización del concepto; ante esto, el chileno nos
recuerda el tránsito que recorre Foucault, en la medida que el problema de la
medicalización es sólo el punto de partida de su reflexión en torno al
biopoder.
A partir de este
trayecto puede deslindarse conceptualmente la categoría Immunitas, que abarca una dimensión jurídica, referida a la
exención del munus que da forma a la
comunidad, y una dimensión biológica, referida al rechazo biológico del
organismo ante un agente externo que pone en peligro su integridad (como una enfermedad contagiosa); a Esposito
específicamente le interesa “la inoculación, la inmunización artificial,
aquella que procede por esta operación algo contradictoria de infectar para
proteger, y que prontamente Esposito llamará ‘protección negativa de la vida’.”
(Salinas, 2014, pág. 278) Así, la fusión de
estos dos componentes del término, permiten configurar una noción
trans-epistémica a partir de la inmunidad, que referiría entonces a la
condición de quien está protegido de la enfermedad o de la ley de la comunidad
y sus efectos. De este modo, la categoría podría aplicarse en ámbitos diversos,
toda vez que posean una estructura contradictoria expresada en el íntimo
vínculo existente entre muerte y vida, entre exclusión e inclusión. Sin
embargo, Salinas advierte sobre la posible desactivación crítica del concepto
respecto a la problemática biopolítica, en la medida que su aplicación a campos
diversos lo hace parecer una categoría explicativa de corte universal.
El paradigma
inmunitario conecta con el léxico político moderno toda vez que, de acuerdo al
rol protagónico que Esposito le asigna a Hobbes en este campo, las teorías del
surgimiento del Estado y el orden político moderno, recurren a la protección
frente a un estado de naturaleza, de vida, originario, estableciendo una
protección negativa de la misma en definitiva.
Se provoca así un desplazamiento que nos vincula con el problema de la gestión
activa para conservar la vida, un mecanismo que no es natural sino artificial, y por tanto con el problema
de la biopolítica, a la vez que se
conecta de manera directa con la época moderna. En este marco de análisis
propuesto por Esposito, se considera que “Soberanía
y Biopolítica son distintas, y la
biopolítica de hecho es posterior, pero la complejidad de sus relaciones se
explica porque ambas forman parte de un paradigma mayor el de la Immunitas.” (Salinas, 2014, pág. 289)
Se hace necesaria una
precisión léxica, pues el filósofo italiano prefiere utilizar el término biopolítica antes que el de biopoder; esto se explica por considerar
una relación de contraposición semántica entre los términos, contraposición que
Salinas ya ha observado en los trabajos de Hardt y Negri. Esto supone la
consideración de la biopolítica como
una política en nombre de la vida, afirmativa y no negativa, que dé cuenta del
poder desde la vida y no sobre la vida. Como contraparte, el biopoder refiere a una política sobre la vida. En Esposito el asunto
parece “resolverse pero problemáticamente: lo que esta política de la vida o en
nombre de la vida busca, es precisamente lo mismo que ha realizado la Immunitas; es decir la protección de la
vida; pero sin su deriva tanatopolítica, sin sus consecuencias de muerte, sin
la estela nefasta que dice: para proteger la vida hay que hacer un trato con la
muerte.” (Salinas, 2014, pág. 295) Si bien es posible
concebir tal posibilidad, el asunto queda simplemente señalado, mientras no se
resuelve en qué medida una política de la gestión y la seguridad – como la
identificada por Foucault en la Gubernamentalidad – implica también una
protección de la vida. ¿Cómo llegar, entonces, mediante una biopolítica
afirmativa a un quiebre del paradigma inmunitario, y no a su simple
sofisticación? Nuevamente estamos ante un asunto que queda abierto a la
discusión.
7.
Señales de una segunda recepción.
A modo de cierre del
libro, Adán Salinas ofrece una breve revisión de los trabajos de Nikolas Rose
(posteriores a 2007) y de Maurizio Lazzarato (posteriores a 2009). Si bien
desde ámbitos y ópticas diversas, ambos impulsos “pueden comprenderse como el
inicio de una etapa distinta en la recepción de los trabajos de Foucault sobre
la biopolítica y consecuentemente en la generación de propuestas de análisis
biopolíticos de la actualidad; pues están realizadas teniendo a la vista el
itinerario completo de los cursos del Colegio de Francia (…).” (Salinas, 2014, pág. 297) El Chileno destaca,
particularmente, los aportes de Rose en torno a una economía política de la vitalidad (particularmente a partir de lo
que este autor llama una biopolítica
molecular), y los aportes de Lazzarato en torno al hombre endeudado, una concepción de un homo oeconomicus particular, que confluye y proyecta los análisis
foucaulteanos sobre el neoliberalismo.
El chileno sitúa en
primer lugar el trabajo de Lazzarato. Sus aportes se enmarcan en el trabajo
colectivo desarrollado por un grupo de intelectuales
agrupados en torno a la revista Multitudes. Es posible identificar tres
momentos teóricos en el trabajo de este grupo, que decantan en el aporte del
italiano.
El trabajo previo al
año 2000 está marcado por la noción de trabajo
inmaterial, que surge como una herramienta analítica para describir
críticamente las condiciones del post-fordismo. Encontrando sus orígenes en el
acervo intelectual desarrollado por el operaísmo italiano, el concepto busca
dar cuenta de “una transformación en el trabajo, específicamente de una
transformación en la composición técnica del trabajo, en que el trabajo deja de
ser el trabajo característico de la producción industrial, para comenzar a
integrar condiciones afectivas, cognitivas, habilidades más generales, y al
mismo tiempo se genera un tipo de trabajo intelectual y creativo.” (Salinas, 2014, pág. 299) Esto marca la
desaparición de la figura del obrero característica del fordismo, y se
reemplaza por la idea de un obrero social, que ya no se especializa en la labor
física, sino que tiene que integrar al proceso de trabajo habilidades
intelectuales, emocionales y cognitivas que potencien la creatividad y la
solución de problemas, posibilitando que el trabajador asuma muchas de las
funciones otrora empresariales, aunque siempre en un contexto de explotación y
expropiación del plusvalor generado en el proceso productivo.
Un segundo momento,
entre los años 2000 y 2006 aproximadamente, gira en torno a la noción de capitalismo cognitivo, que busca superar
o ampliar, la mirada sobre las transformaciones en el mundo del trabajo, desarrollando
una perspectiva más global, que dé cuenta de un cambio de régimen de
acumulación.
Con esta categoría se busca interpretar y captar el papel que juega la
información y el conocimiento en este emergente patrón histórico de
acumulación, en el que se incorpora y explota de forma sistemática tanto el
conocimiento como la información nueva, a la vez que se genera una industria y
un mercado en los que el conocimiento se inserta en los procesos de producción,
intercambio y consumo, inscribiéndolo en la lógica capitalista de la
explotación.
El tercer momento
descrito por Salinas, se articula en torno a la noción de bioeconomía. Para aclarar el término, el chileno inicia realizando
una nueva referencia a Hardt y Negri, especialmente a la idea de una producción biopolítica, que los autores
trabajan en Common Wealth. En la
misma línea que los conceptos que hemos descrito en los dos párrafos
anteriores, esta noción refiere al hecho de que el capitalismo no sólo produce
(y necesita) capacidades cognitivas, sino también elementos afectivos,
relaciones sociales, y aspectos simbólicos; esto refuerza la idea de la
capacidad que tiene el capitalismo de producir la vida social en su conjunto,
es decir, el potencial antropogenético
del capitalismo. Lo que se apunta no es meramente descriptivo, “sino que apela
a una transformación más completa, en cierto sentido se puede decir que toda la
vida del ser humano se incorpora al trabajo. Habría entonces un trabajo
biopolítico y una producción biopolítica, porque está en juego la totalidad de
la vida en el trabajo y el resultado de la producción es también la vida.” (Salinas, 2014, pág. 305) En tal sentido,
parece posible hablar de una producción biopolítica,
de una economía biopolítica o de un trabajo biopolítico.
Ahora bien, dado el
énfasis afirmativo que – como ya ha sido planteado por Salinas – Hardt y Negri
le otorgan a la noción de biopolítica, esto redunda en una interpretación
optimista de la situación del trabajo, pues debido a los cambios que ha sufrido
la composición orgánica del capital el factor humano (el capital variable) ha
ganado independencia frente al capital, lo que redundaría en formas propias y
autónomas de cooperación social. Salinas evalúa este diagnóstico con ojos
críticos pues, “aunque se mire con buenos ojos las potencialidades de la
composición actual del trabajo; ésta sigue sometida a la organización del
capital constante, que sigue bajo el régimen de propiedad.” (Salinas, 2014, pág. 307) Así, para el chileno
parece inadecuado hablar de una producción biopolítica, aunque sí de mecanismos
económicos del biopoder, entre los cuales podríamos destacar algunos elementos
anteriormente señalados: la extensión de la racionalidad económica a todo
ámbito de la vida social, la producción de formas de vida que incluyen lógicas
económicas como lógica vital y la potencialidad creativa del capitalismo, para
expandirse colonizando dominios nuevos, abriendo nuevos mercados.
Con todo, esta
definición opera en un alto nivel de abstracción, y no facilita el estudio de
fenómenos concretos. Para Adán Salinas, será el italiano Maurizio Lazzarato
quien – considerando de manera explícita los aportes hechos por Foucault en
Seguridad, Territorio, Población y El Nacimiento de la Biopolítica –
se orienta de manera concreta al fenómeno del neoliberalismo en las sociedades
contemporáneas. En trabajos como El
Gobierno de la Desigualdad o La
Fábrica del Hombre Endeudado, analiza – desde la noción de gobierno – los dispositivos económicos
del sistema financiero, poniéndolos en relación con la producción de modos de
subjetivación, donde convergen diversas tecnologías y racionalidades de poder,
en el marco de una economía de la deuda.
Lo que se busca es dar
cuenta de la producción activa, tanto de un modelo económico como de un modo de
subjetivación particular. “Esta nueva subjetividad es construida a partir de la
fabricación social de la deuda y extiende las relaciones de dominación y
sujeción a lo largo del ciclo vital ‘El «hombre endeudado» está sometido a una
relación de poder que lo acompaña a lo largo de toda la vida desde la cuna
hasta la tumba’. (…) ésta es una intuición fundamental que constituye explícitamente
el fundamento de una nueva generación de políticas públicas. Por otra parte,
Lazzarato añade que se gobierna a este nuevo sujeto, a través de una
representación que no apela como recurso necesario a la represión o a la ideología,
pues el sujeto, en tal representación, se somete voluntariamente a la deuda que
tiene su propia regulación, sus propias reglas del juego.” (Salinas, 2014, pág. 317) En este contexto, el
endeudamiento progresivo de las personas – que por lo demás se inserta en los
más diversos ámbitos de sus vidas – no resulta una anormalidad, al contrario,
deviene en el motor de la economía actual, que bien puede denominarse una economía de la deuda.
En el marco de esta segunda recepción del trabajo
foucaulteano que destaca Salinas, Nikolas Rose es un actor importante. Cabe
recordar su adscripción a la línea anglofoucaulteana de Estudios en
Gubernamentalidad, particularmente a partir de la History of the Present
Network. Desde el 2002, este investigador forma parte del proyecto Bíos (en la London School of Economics
and Political Science), que a partir del 2012 hará parte del Centre for Synthetic Biology and Innovation (CSynB).
“Así el trabajo de Rose se acercará con el tiempo mucho más a una propuesta
interdisciplinaria con las ciencias biológicas, particularmente las
neurociencias. No quedarán descartadas, las perspectivas más cercanas a la
economía política desarrolladas por los Studies in Governmentality; pero hay
una modificación substancial en la implicación biológica de las propuestas.” (Salinas,
2014, pág. 320)
En un ejercicio
analítico similar al hecho por Foucault al señalar que la incorporación de las
poblaciones en la economía política marcó una nueva forma de pensamiento
respecto a los modos de gobernar, Rose pone sobre la mesa la incorporación de
un nuevo esquema de pensamiento – en oposición al pensamiento molar que pensaba la vida concibiendo al
organismo como un todo sistémico – que él denomina como una biopolítica molecular.
Salinas apunta que se trata de un nuevo enfoque sobre la vida – a diferencia de
la Gubernamentalidad, que implica un nuevo pensamiento sobre el gobierno de las
poblaciones - en el que los aspectos moleculares de la vida pueden ser
incorporados a las lógicas de gobierno.
Teniendo como marco
esta propuesta, el trabajo de Rose sigue dos grandes ejes. El de una economía política de la vitalidad, en el
cual – a través de conceptos como biopolítica,
biovalor y bioeconomía – analiza
el surgimiento de un segmento económico, de un mercado específico, que
incorpora la racionalidad propia de la biopolítica molecular, lo que se
expresaría en el desarrollo de la industria farmacéutica (especialmente ligado
al tratamiento de enfermedades psiquiátricas), el desarrollo de un mercado de
genes y células madre, entre otros ámbitos; esto evidenciaría la extensión de
la racionalidad económica a ámbitos insospechados, en la cual se procura la
incorporación de “las aspiraciones biológicas de los sujetos a una cadena de
valor donde el cliente aspira, escoge, prefiere. La clientelización, por
supuesto encierra otras cosas. En cierto sentido vale la pena contrastar las
ideas de Rose y Novas sobre la ciudadanía biológica, es decir, la generación de
un ciudadano con derechos biológicos que exige acceso a nuevas tecnologías
sanitarias, reclama derechos reproductivos o el patrimonio genético alimentario,
con esta forma de entender lo social bajo la perspectiva más general del consumidor-empresario
de sí que llega a tocar estas esferas genéticas, moleculares o
biotecnológicas.” (Salinas, 2014, págs. 325-326) El segundo eje – que
no resultará de tanta importancia para el tema trabajado por Salinas – tratará más
bien de una sociología de la biología, que se avoca al estudio de las
representaciones moleculares sobre la vida en la actividad científica y médica.
Salinas señala que, si
bien estos aportes no podrían integrarse en la concepción de una nueva forma de
producción o régimen de acumulación, se pueden situar en coherencia con los
últimos trabajos de Lazzarato, en la medida que describe una nueva extensión de
la racionalidad de mercado con la consecuente aparición de un nuevo mercado.
Para cerrar este
apartado, el chileno hace notar que se mantiene la diáspora interpretativa en
torno al concepto bíos que ha sido
señalada; esta situación teórica marcaría entonces una posibilidad de
convergencia de las dos grandes líneas
de la primera recepción de la analítica foucaulteana sobre el poder, que Adán
Salinas ha buscado describir en este libro.
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