martes, 21 de octubre de 2014

Acoso callejero, piropos y la deplorable realidad de nuestros medios de comunicación (opinión)



En las últimas semanas, la discusión sobre el acoso callejero ha llegado a uno de los medios de comunicación de corte más masivo en nuestro país: la televisión. Diferentes canales se han comunicado con la organización Observatorio Contra el Acoso Callejero – Chile, pionera en denunciar y visibilizar este tipo de prácticas, para conocer de qué trata la iniciativa y deslindar qué es lo que estaríamos entendiendo como acoso callejero.

Si bien durante la semana pasada fueron conocidos los dichos del conductor de televisión Martín Cárcamo, me gustaría referirme, pues lo vi atentamente, a lo ocurrido en el programa matinal de televisión “Mucho Gusto” del canal Megavisión, del lunes 20 de octubre de 2014. [1]

Quisiera destacar que, frente a la posibilidad de legislar en torno a este asunto, e imponer sanciones duras a quienes resulten responsables de una situación de acoso callejero, se genera una reacción bastante particular, que expresa la fuerte carga ideológica del tema en cuestión. ¿Qué entendemos por ideológico? La ideología, en este contexto, la entenderemos como aquellas concepciones, ideas, representaciones del orden social, que falsean la realidad concreta que vive la mayoría, en beneficio de una minoría que intenta mantener sus intereses. Ante esto, no cabe personalizar, ni evidenciar una especie de afán conspirativo, sino reconocer que es uno de los principales mecanismos mediante los cuales se reproduce nuestro actual orden social.

En esta manipulación ideológica del tema se realizan varias tergiversaciones  de la realidad que - para que nadie diga que lo estoy inventando - pueden ser evidenciadas en las opiniones que el conductor José Antonio Neme manifestó a lo largo de todo el programa ya señalado.

En primer lugar, busca abstraerse de la totalidad de fenómenos que caracterizan al acoso callejero una experiencia particular, supuestamente benigna, loable, propia de nuestra cultura: el piropo. Sin embargo, en la realidad de nuestra sociedad, el piropo no se manifiesta de manera pura, sino que se encuentra inserto en una serie de prácticas que, en su conjunto, el OCAC ha denominado como acoso callejero; el pack completo le incluye: “Silbidos o ruidos (besos, jadeos, etc), piropos suaves (no tienen connotación sexual directa), piropos agresivos (connotación sexual explícita), acercamientos intimidantes (tocar cintura, manos, etc), miradas lascivas, agarrones, presión de genitales sobre el cuerpo (punteos), exhibicionismo (mostrar o masturbación pública) y persecución (a pie o en algún medio de transporte). Se incluye además en esta definición (…) las formas de acoso que se vinculan al uso de dispositivos tecnológicos (fotografías o videos de partes íntimas no consentidos por la persona). (Observatorio Contra El Acoso Callejero, 2014, pág. 2)[2]

De tal modo, parece bastante irreal hacer una defensa del piropo en abstracto, de manera idealista, en tanto este no se presenta así de manera generalizada, sino – repetimos – inserto en un conjunto de prácticas que se despliegan de manera simultánea y violenta en el espacio público.

En segundo lugar, se realiza una defensa supuestamente cultural respecto al piropo, en tanto sería algo propio de la cultura chilena y – lo más preocupante – algo esencialmente bueno, ya que como plantea José Antonio Neme, “lo que culturalmente entendemos por piropo, el piropo original” no sería algo malo, al contrario, sería un respetuoso halago.[3] Y para ello, el programa muestra como evidencia algunos ejemplos de piropos “buena onda” que no implicarían (supuestamente) violencia alguna, a la vez que respalda tal argumentación invocando ciertas opiniones vertidas en el twitter del programa que afirmarían el punto.

Nuevamente, nos encontramos ante una manipulación ideológica que habla sobre una realidad inexistente,  y que además olvida que lo importante en esta discusión no es el contenido explícito de los mensajes vertidos sobre el cuerpo de otra u otro en el espacio público, o si el mensaje viene de un conocido o de un desconocido o desconocida, sino la relación social allí establecida que engloba, como ya hemos visto, una serie de prácticas que rebasan el contenido explícito del mensaje: modos de decir, maneras de mirar, seguimientos e importunación para el libre tránsito en la vía pública, abuso de poder, y un largo etcétera que no vale la pena traer a colación.

Un tercer argumento importante es lo que yo llamaría la privatización de la situación. En tanto se asume que el piropo es esencialmente bueno y se despliega de manera pura (sin acoso físico o psicológico), el acosador o acosadora puede decir, “Yo lo hago con respeto”, y además, se puede asumir que la reacción ante ello es arbitraria o subjetiva, pues habría personas que reaccionarían “bien”, y otras que reaccionarían “mal”.


Ante ello, pueden desplegarse dos argumentos: el primero dice relación con la reacción que tienen los acosadores frente a posibles respuestas de las víctimas, esto bajo el supuesto de que – dado que se realiza con respeto – si estas manifiestan incomodidad, debieran recibir unas afectuosas disculpas del acosador. Las cifras entregadas por el OCAC ponen en evidencia que cerca de un 70% de las afectadas declara que la reacción más común del agresor ante una respuesta, es insistir en el acoso o recurrir al uso de insultos (Observatorio Contra El Acoso Callejero, 2014, pág. 12), lo que hace difícil la interpretación que defiende una esencia respetuosa en el fenómeno.

Por otro lado, “al consultar por la frecuencia del acoso en las calles, la respuesta de las encuestadas fue preocupante. Casi 40% de las encuestadas es acosada diariamente y más del 77% es acosada al menos una vez en la semana. Lo anterior permite derribar el mito de que esta forma de violencia de género es algo poco recurrente, aislado y que le ocurre sólo a algunas personas.” (Observatorio Contra El Acoso Callejero, 2014, pág. 10) Creo que estos dos argumentos bastan para derrumbar el mito del respeto que caracterizaría al fenómeno global en que se inscribe el piropo, derrumbando además la perspectiva subjetiva del fenómeno, pues vemos que no son sólo “algunas” (sino la mayoría de las) mujeres quienes se sienten afectadas, constatando además que no se busca particularmente el bienestar subjetivo de la víctima en este tipo de relación social, pues el argumento que desplegaba José Antonio Neme sobre que “cada cual establece los límites de lo aceptable” no parece aplicable a esta situación.

En cuarto lugar, me gustaría hacer referencia a dos datos. El primero tiene que ver con un estudio realizado por el SERNAM durante 2012, sobre agresiones de este tipo en el espacio público en el cual, como refiere el OCAC, se señala que, en la ciudad de Santiago “un 79% de las mujeres señala sentirse insegura, mientras que en los hombres es el 59%. Evidentemente, las ciudades son más hostiles para uno de los géneros.” (Observatorio Contra El Acoso Callejero, 2014, pág. 4) Este dato sobre la percepción de inseguridad en las calles nuevamente nos permite invalidar la hipótesis expresada en las opiniones que ya hemos referido sobre que ésta sería una práctica esencialmente buena y respetuosa.

A la vez, una segunda cifra interesante es que el promedio de edad en que las mujeres comienzan a sufrir dinámicas de “acoso en las calles es de 14 años, partiendo desde los 9 o 10 años y aproximadamente hasta los 20, con peaks en los 12 y los 15 años.” (Observatorio Contra El Acoso Callejero, 2014, pág. 9) Esta cifra nos permite demostrar que las prácticas de acoso – en las cuales se inserta el piropo como una más – se ejercen en situaciones caracterizadas por una desigualdad de condiciones, de asimetría, explotando la posición de vulnerabilidad de personas que se encuentran no sólo en un proceso de crecimiento y maduración física, sino también anímica y psicológica.

Para finalizar, me gustaría señalar lo particularmente problemática de las opiniones vertidas por José Antonio Neme, y la postura que de modo general asumen los medios masivos de comunicación ante el fenómeno en cuestión, que podríamos calificar de machistas, inconscientes e irresponsables. Machistas pues reproducen una cultura de desigualdad de género, al intentar deslegitimar la concepción del piropo como parte del fenómeno general del acoso callejero; inconscientes pues basan su argumentación en una serie de supuestos que no presentan ningún tipo de asidero a la realidad concreta, como aquí hemos procurado demostrar; irresponsables pues reproducen un sentido común problemático e irreal,[4] sobre todo considerando la cantidad de gente que observa los programas en cuestión y que puede tenerlos como un referente de cultura y opinión.

Podrá decirse que la opinión de José Antonio Neme no representa la postura del canal, y que este procura tolerar una pluralidad de opiniones, por lo que esta argumentación podría ser catalogada como un ataque personal, gratuito e intolerante; recalco que mi intención no es entrar en un juicio personal o ético sobre el periodista mencionado, simplemente utilizo su figura para ejemplificar la manipulación ideológica que realizan los medios de comunicación masivos en torno a este tema. Pero tampoco podemos demostrar pasividad ante la reproducción de una lógica machista y de una cultura discriminatoria, que como sociedad, debemos procurar erradicar en todo ámbito.



[1] Quien se interese en contrastar lo vertido en esta opinión con lo acaecido en el programa mencionado, puede revisarlo haciendo clic aquí.

[2] En este argumento estamos haciendo referencia de manera permanente al Informe de Resultados de la Primera encuesta de acoso callejero en Chile, realizada por el Observatorio Contra el Acoso Callejero (OCAC) Chile en el presente año. Quienes estén interesado, pueden acceder a tal documento haciendo clic aquí.

[3]  “Si bien algunos de los actos mencionados por sí solos pareciesen no significativos, hay muchas variables de interés que vinculadas permiten afirmar que el acoso callejero es una forma de violencia de género con fuerte impacto social. El no consentimiento de parte de la víctima sumado a la frecuencia con la que vive alguna de estas prácticas comprometen la equidad de género de forma negativa, como además el compromiso social con la erradicación de violencia.” (Observatorio Contra El Acoso Callejero, 2014, pág. 2)

[4]  “La naturalización de este tipo de práctica configura una arista más de las inequidades vigentes, como además revela la necesidad de continuar profundizando en estas problemáticas que impiden contribuir a una mejor sociedad libre de machismos.” (Observatorio Contra El Acoso Callejero, 2014, pág. 3)

2 comentarios:

  1. Muchas gracias por considerar, analizar y difundir esta situación. Es extraño cómo la gente está tan acostumbrada a algo, que no se da cuenta de lo malo que ocurre a su alrededor.

    Sólo hacer el alcance, en el antepenúltimo párrafo, donde menciona la edad en que una mujer comienza a ser acosada, para enfatizar aún más la disparidad en el asunto, creo que falta agregar el promedio de quien acosa (que si no me equivoco se encuentra también en el estudio).

    Saludos.

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  2. Amigas de OCAC y otrxs lectorxs: comparto una reflexión que escribí y grabé en Radio Telar, hace algunos meses atrás sobre el piropo como un modo cultural de acoso sexual: http://www.radiotelar.net/index.php?option=com_content&view=article&id=330:el-piropo&catid=96:catalejo&Itemid=677

    Daniela Aceituno Silva.

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